Tanto las guías de práctica clínica(1,2,3), como los sumarios de evidencia(4,5,6) revisados coinciden en señalar que, los niños que han estado en contacto estrecho con un paciente diagnosticado de una tuberculosis activa, que están asintomáticos, y que presentan una prueba de tuberculina positiva y una radiografía de tórax normal, sean diagnosticados de una infección tuberculosa latente. No se recomienda la realización de rutina, en estos casos, de estudios bacteriológicos en esputo o mediante obtención de la muestra por lavado gástrico.
Los sumarios aportan la posibilidad de realizar otras determinaciones en sangre, como la medición de interferón gamma, cuando existen dudas en la interpretación de la prueba de la tuberculina (por ejemplo si hay vacunación antituberculosa previa).
Para descartar la presencia de una tuberculosis activa, se indica (1,4) la necesidad de realizar una evaluación cuidadosa clínica en los contactos domiciliarios con un test tuberculínico positivo, que incluya:
- Una historia detallada del tipo de contacto (duración, intensidad) que ha mantenido con el paciente diagnosticado de tuberculosis activa.
- Historia clínica para evaluar la presencia de síntomas de enfermedad activa o de coexistencia de otras condiciones médicas que podrían incrementar el riesgo de progresión a enfermedad activa.
- Examen físico pormenorizado (inspección general y de la piel y conjuntiva, palpación de cuello en busca de ganglios linfáticos y auscultación pulmonar, abdominal y revisión de aparato locomotor).
- Radiografía de tórax.
Si en la radiografía de tórax se detectasen lesiones sospechosas de una tuberculosis antigua o, aunque fuera normal, hubiera presencia de síntomas, deberían realizarse pruebas bacteriorológicas(3).
Las guías identifican como contactos de especial riesgo los niños menores de 5 años(1) y los contactos de pacientes diagnosticados de una tuberculosis multiresistente a fármacos(2). En ambos casos el seguimiento clínico debe ser realizado de forma muy cuidadosa.