Son pocas las intoxicaciones en las que disponemos de antídotos específicos, y, además, no todos ellos tienen la misma eficacia, ya que si bien algunos, en concreto los "antagonistas competitivos" (sustancias que bloquean los receptores del tóxico), son extraordinariamente efectivos y resuelven una situación muy grave en pocos minutos, otros son simplemente coadyuvantes. En nuestro medio, se dispone de algo más de 30 antídotos de eficacia contrastada, pero algunos de ellos no están exentos de efectos secundarios. Según diferentes estudios, sólo se utilizan entre el 1% y el 5-10% de los casos, pero su empleo racional puede prevenir la muerte, reducir la hospitalización o disminuir la morbimortalidad de la intoxicación.
Su uso debe estar justificado, tanto en el adulto como en el niño, por los siguientes criterios:
Como la precocidad es un factor que condiciona la eficacia del antídoto, si está indicado, debe usarse lo antes posible. De ahí el interés del empleo de alguno de ellos en la asistencia extrahospitalaria. Dicho lo anterior, el antídoto es un elemento más en la el tratamiento del paciente intoxicado, como un complemento a la terapia de soporte y a las maniobras que facilitan la disminución de la exposición del paciente al tóxico (reducción de la absorción) y a aquellas que potencian la eliminación del tóxico, por lo que su uso no debe suplir a estas técnicas, sino complementarlas, como ya se ha expuesto.